El principio de I Sell the Dead es una auténtica declaración de intenciones: hordas de gente en la plaza de un pueblo del siglo XIX gritan encendidas ante una guillotina a punto de cortar en dos al mismísimo Larry Fessenden. El filo cae y el busto del director de Wendigo rueda. La pantalla se tiñe de rojo. Fessenden y Dominic Monaghan (el Charlie de Perdidos) interpretan a dos ladrones condenados a muerte. El segundo optará por confesar sus interminables fechorías a un cura con el rostro de Ron Perlman, que aquí abandona el rojo demoníaco de Hellboy para sumirse en el rojo de la sangre.